8 February, 2025

Paola Suárez alcanzó la cima del mundo empuñando una raqueta de tenis. Desde Pergamino trepó al número 1 de dobles en 2002, encumbrándose como la primera jugadora argentina de la historia -hombre o mujer- en lograr un primer puesto oficial en el circuito profesional. Ganó 44 títulos en pareja, ocho de ellos de Grand Slam; hasta se colgó la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, junto con Patricia Tarabini. También fue top ten en singles: 9°, en 2004 (obteniendo cuatro trofeos). Escribió una carrera cinematográfica.

Sin embargo, esa misma Paola que aprendió a jugar en el Lawn Tennis de Pergamino y luego siguió perfeccionándose en Gimnasia y Esgrima de la misma ciudad del norte bonaerense, padeció profundos obstáculos económicos. De hecho, vivía en esos clubes con su familia ya que sus padres, Orlando y Rosa, eran los caseros. Él trabajaba como canchero; ella atendía el bufet. “Nosotros éramos de una clase social baja. Mi mamá nació en Río Cuarto y mi papá en Corrientes; se conocieron en Pergamino. Y vivíamos en el club porque el sueldo no alcanzaba para alquilar una casa afuera. Entonces, mi padre intentaba agarrar trabajos que tuvieran hospitalidad. Al principio fue durísimo; ellos hacían un esfuerzo muy grande. El tenis es un deporte caro y si rompía las zapatillas, se complicaba. Mi mamá, que cose muy bien, me hacía la ropita de tenis. Las polleras tableadas, el moño, el lazo para el pelo…”, sonríe Poly, como la apodaron, con cierta nostalgia, hurgando en el baúl de los recuerdos. Vive en España (en Oviedo), pero el encuentro con LA NACION se produce en el Centro Asturiano, el club de Vicente López que actuó como base de entrenamiento durante su época profesional y al que hacía “como diez años” que no visitaba.

Curiosa, se le humedecen los ojos a Paola recorriendo los rincones que tantas veces transitó como jugadora. Está de paso por Buenos Aires por asuntos familiares. Sigue cultivando el bajo perfil, como cuando jugaba. No utiliza redes sociales; habla con firmeza, aunque sin abandonar un suave tono de voz. Desde su retiro, en 2012 (ya lo había hecho en 2007, pero regresó unos meses para competir en los Juegos Olímpicos de Londres), prácticamente no volvió al ámbito del tenis. Se “dedicó” a ser madre. Tiene dos hijos: Álvaro, de 9 años, argentino, y Sofía, de 5, española, como Francisco, su marido.

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PROTAGONISTA. Paola, en 2012, nadando con delfines como parte de la promoción del torneo de Miami

“Fui madre full time hasta octubre pasado, que me empecé a involucrar un poquito con el tenis. Pero hasta entonces me dediqué a mis niños. Deseaba tanto tener hijos que quería estar cuando fueran chiquitos; ahora que van al colegio tengo un poco de tiempo libre. Oviedo es una ciudad linda, de unos 200.000 habitantes, que me recuerda a Pergamino, porque es como un pueblo grande, en el que más o menos se conocen todos. Me tuve que acostumbrar al clima porque hay muchos días grises. Ahora está lloviendo menos que antes, pero cuesta que salga el sol. Es una región con ríos, montañas, verde”, describe Paola.

–¿Aprovechás esa geografía?

–Sííí, me gusta. Hago sendas, camino con mis hijos. De hecho, antes de venir para acá hicimos la bajada del río Sella en piragua, que es una tradición.

–¿Tus hijos conocen tu “otra vida”?

(Sonríe)–Sí, la saben. Mi hijo la conoce más, porque es más grande. Busca en Google o ve algunos torneos por la tele y me dice: ‘Mamá, ¿vos jugaste ahí?’. Llevé algunos de mis trofeos más importantes para España, los tengo conmigo. Los de Roland Garros, el US Open y la medalla olímpica.

–¿Y qué volviste a hacer con el tenis?

–Cuando yo jugaba y hacía escala en Oviedo conocí a un señor argentino, que se llama Carlos Alcaraz, igual que el tenista actual, y entrenaba con él. Y desde que me radiqué en Oviedo me proponía unirme a él en su academia, pero pasaron los años y yo estaba criando a mis hijos. Pero el año pasado dije: ‘Lo voy a intentar’. Hoy tenemos unos 120 niños en el lugar, empecé a participar, les hago ejercicios en la cancha y también empecé a organizar algunos torneos, porque hay poca competición para los más chicos en la zona de Asturias.

–¿En qué estado tenías tus raquetas?

–Guardaditas (sonríe). Así habían quedado desde que me retiré, en 2012; ni para pelotear las había sacado. Hoy tendría que ponerme a jugar más porque hay algunos chicos en la academia que juegan mejor y necesito ritmo para meterme en la cancha con ellos.

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LA 1. Paola fue la primera tenista argentina en lograr un 1er puesto oficial en el circuito profesional

–En el final de tu carrera tuviste una cirugía de cadera. ¿Eso te empujó al retiro?

–Sí, me retiré del tenis porque estaba teniendo muchas lesiones en los gemelos y eran producto de eso. Me habían puesto la epidural, se ve que tocaron el nervio ciático y quedó medio tocado, se irritaba, irradiaba a todos los gemelos y se me desgarraban. Una vez, dos, tres, cuatro…, hasta que dije: ‘Ya está, no hay manera de tener continuidad’. Sentía una frustración tremenda y ya estaba en el final de mi carrera, había cumplido los objetivos. Hoy no me duele la zona, porque tampoco salgo a trotar. Hago, más que nada, bicicleta. Si quisiera empezar a jugar al tenis no sé cómo respondería.

–¿No te dieron ganas de jugar torneos de leyendas?

–Sí, hace dos o tres años lo pensé. Tenía la idea de jugarlo cuando mis hijos fueran más grandes, para que me vean. Quizás el año que viene vaya a Roland Garros con ellos porque quiero enseñarles dónde es que yo jugaba.

–¿Ni bien te retiraste, se te hizo difícil vivir sin la adrenalina de competencia?

–Me fui preparando psicológicamente para el retiro cuando tuve las lesiones. Fue como ir yéndome de a poquito, poniéndome otros objetivos. Tenía programas para niños carenciados y eso, quieras o no, me ayudó a involucrarme en otra cosa que no fuera la vida tenística y me daba mucha ilusión. Entonces fue como que no me quedé vacía. Encontré otra cosa que me llenaba, pero fue muy trabajado. Sé que a otros deportistas les cuesta, tienen depresiones. Desde siempre le di importancia a la psicología en mi carrera, desde los 14 años trabajé con Nelly Giscafré [histórica psicóloga de Las Leonas].

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GLORIA. Roland Garros 2001 (con Ruano Pascual) y el bronce olímpico en Atenas 2004 (con Tarabini), grandes éxitos de Paola en dobles

Suárez comenzó a viajar por el país a los once años. Las giras de menores y el perfeccionamiento en el tenis fueron ganando espacio y quitándole horas al colegio. Por la acumulación de faltas se quedó libre en el segundo año del secundario, en Pergamino. Allí, todo ya tenía otro color y se radicó en Buenos Aires (en Munro) para profundizar su deseo de jugar al tenis. El cambio le costó, sobre todo porque al principio vivió sin sus padres, que luego sí se sumaron. “Por vivir en un club, amé el deporte desde el principio: mi juguete era una raqueta de tenis. Jugaba en el frontón o me metía en la clase de otros nenes o jugaba contra algún mayor cuando ya iba creciendo. Cuando hice el traslado a Buenos Aires todo fue tomando otra seriedad. Al principio, venía los fines de semana para jugar interclubes para GEBA y el domingo volvía a Pergamino”, recuerda Paola. Luego empezó a viajar al exterior. Y con 15 años, en 1992, llegó a la final de Roland Garros junior: tras vencer en las semifinales a la estadounidense –y seis años más tarde N° 1 del mundo– Lindsay Davenport, perdió la definición de París con la paraguaya Rosana de los Ríos.

–A diferencia de la mayoría, tuviste el mismo entrenador (Daniel Pereyra) durante casi toda tu carrea. ¿Qué encontraste en él?

–Sí, estuve con Dani desde que dejé el colegio y me vine a probar a Buenos Aires. Él estaba en el club Hacoaj y ahí lo conocí. Él puso mucho hincapié en que yo podía llegar, tuvo visión, me vio cualidades, nos llevamos bien, me sentí arropada y pusimos lo mejor de nosotros.

–Para el tenista con limitaciones económicas siempre es un tema sensible el del sponsor privado: se suele generar la asfixia del tener que devolver el dinero que le prestan. ¿Qué experiencia tuviste?

–Sí, me pasó. En el club Hacoaj se juntó un grupito de cinco personas que decidieron poner dinero y bancar a tres chicas, entre ellas a mí. Luego, las otras chicas dejaron de jugar y quedé yo sola, pero no estaba despegando y decidieron no ayudarme más. Y, bueno…, ahí fue cuando se nos hizo duro con Dani para pagar los viajes. Lo hacíamos en cuotas y él tuvo que poner su tarjeta de crédito. Fue antes de ir al Roland Garros en el que le gané a Mary Joe Fernández [en 1995, Paola llegó a París como la N° 173, pasó la clasificación y en la primera rueda le ganó a la norteamericana, por entonces 12°; dio un golpe al imponerse por 6–4 y 6–3; el triunfo le dio un empujón vital, en puntos y en ganancias, para sustentar las giras futuras]. Después de ese torneo reapareció el sponsor queriendo volver, pero le dijimos que no. Y lo llevaron a un tema judicial.

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DISTINTA. Pese a estar en la cima, Suárez siempre tuvo un perfil menos superficial y muy humano

–Tu carrera fue a la par del nacimiento de los jugadores de la Legión (Nalbandian, Coria, Gaudio, entre otros). ¿Cómo influyó en vos?

–Era espectacular, tenía más compañeros, compartíamos la parte mediática y para mí era mejor porque al ser de perfil bajo, cuanto menos me exponía, me ayudaba. No me sentía cómoda al estar expuesta, entonces tenía ese perfil. Me sentía más tranquila pasando desapercibida. Quizás era también para no sentir la presión que, quieras o no, la prensa te va metiendo.

–¿Te llegaste a sentir menos valorada?

–No, no. Cuando la gente decía que no me daban tanta atención yo digo que es el lugar que quise ocupar. Un ejemplo: si tenía diez pedidos de notas, daba tres. Me agobiaba con diez notas.

–Gaby Sabatini llegó a contar que en los partidos pensaba todo lo que tendría que hacer si ganaba un torneo (atender a la prensa, a los sponsors) y que eso la afectaba y muchas veces perdía para no hacerlo. ¿Te ocurrió algo similar?

–No, en ese sentido no, porque mediáticamente yo tampoco generaba lo que ella sí provocaba. Lo que Gaby generaba era algo terrible a nivel mundial, no sólo en la Argentina. En Japón, Italia…, era tremendo. Yo, más que nada, me presionaba pensando: ‘Uf, tengo match point, puedo ganar otro Grand Slam’. Ese pensamiento me molestaba.

–Pese a estar en la cima del ranking siempre tuviste un perfil menos superficial, una mirada humana de un montón de situaciones.

–Bueno…, creo que cada uno viene de diferentes lugares. Yo vine de una clase social baja, sé lo que me costó, sé lo que le cuesta a un padre sacar adelante la situación si un hijo quiere hacer un deporte de esta magnitud. Es como que…, no sé, siempre intenté ser realista de la vida. Jugar bien al tenis no te da ni más ni menos privilegios que a cualquier otra persona. Solamente tuve la suerte de destacarme en un deporte y nada más. Hubo una varita mágica que me tocó, lo aproveché y listo.

–¿Luchaste contra prejuicios por tu origen humilde?

–Sí, de hecho, yo misma los tenía y los traté mucho con mi psicóloga. Es como que no me sentía partícipe de este deporte tan elitista. Entonces hubo que trabajar en que podía estar ahí, tener buenos resultados, que podía formar parte de ese grupo. Es como que me bloqueaba. Iba a jugar y no rendía de la forma que tenía que rendir, hasta que con mi psicóloga nos dimos cuenta de dónde venía el tema, empezamos a verlo y ahí empezó mi parte más ascendente.

–Un obstáculo que iba más allá de los nervios lógicos de la competencia, ¿no?

–Sí, era algo más personal. Trataba de manejarlo con tácticas, con rutinas entre puntos, con respiraciones. Me concentraba en algo específico para tratar de que la mente no se me fuera.

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TODO TERRENO. Con Navratilova en el US Open, dándole clases a chicos, jugando en Wimbledon y con las Williams en Australia

En su caminata por el circuito, Paola encontró en la española Virginia Ruano Pascual (Madrid; 1973) una complicidad que alcanzó niveles –al principio– insospechados. Con buena química, comenzaron jugando juntas en dobles para divertirse y asegurarse unos billetes más en los torneos por si quedaban eliminadas pronto en singles. Sin embargo, se potenciaron, terminaron disputando trece finales de Grand Slam (ganando ocho; sólo les quedó pendiente coronarse en Wimbledon, donde jugaron dos finales) y hasta obteniendo el torneo de Maestras 2003, en el Staples Center de Los Ángeles. “A Vivi la conocí en un torneo en Houston. Todo surgió por casualidad. ‘¿Estás sola? ¿Sí? Bueno, juguemos’.

El idioma ayudó, empezamos a jugar juntas y nos fuimos poniendo objetivos: primero fue jugar, después lo hicimos porque si no perdíamos en dobles nos seguían pagando el hotel en los torneos aunque quedáramos afuera en singles, lo que era un ahorro importante, zafabas hasta el miércoles o jueves seguro. Cuando empezamos a jugar bien nos pusimos el objetivo de entrar en el Masters, después fue estar dentro de las mejores cinco parejas, ganar Grand Slams… Siempre fue natural. Nos llevábamos bien, había química, lo disfrutábamos. Somos de diferente personalidad; ella era más demostrativa y yo más aplacada”, recapitula Suárez, presente en el equipo argentino de la (ex) Fed Cup durante doce series, entre 1996 y 2004. Bebe un sorbo de café cortado y sigue recordando sus tiempos de destacada doblista: “Recién ahora me doy cuenta de la cantidad de títulos que ganamos; soy un poco más realista. Digo: ‘Madre mía, pensar que jugué como diez o doce finales seguidas de Grand Slam’.

En ese momento no me daba cuenta del presente que estaba teniendo. Vas, vas, querés más y más. Me doy cuenta de que no es tan fácil lo que hice porque no se repitió. Cuando una estaba ahí todo parecía poco porque la ambición lógica del ser humano te lleva a más”.

–El dobles también te llevó al podio olímpico en unos Juegos muy especiales para el deporte argentino, en Atenas 2004, en el que el fútbol y el básquetbol ganaron la medalla dorada.

–Lo de Atenas fue increíble. Con Pato (Tarabini) íbamos por la medalla de oro y cuando perdimos en las semifinales se nos vino el mundo encima. Pero había que levantarse porque quedaba luchar por la de bronce. Esa noche fue…, tuvimos una charla fuerte con Pato, tuve que hacerla entender que teníamos otra chance y que era tan valiosa como la de oro. ‘Habrá tres parejas en estos Juegos que se van a llevar medallas y podemos ser una’, le dije. Pato se había venido abajo. Es que en el tenis no estamos acostumbradas a perder y poder ganar algo. Pudimos ganar y festejamos mucho con la tribuna, donde estaban las chicas de las Leonas. Cuando nos entregaron la medalla y sonó el himno me temblaron las piernas. Jugué tres Juegos: Sydney 2000, Atenas y Londres 2012. Me perdí Atlanta 96 porque me quebré el dedo meñique la semana anterior: corriendo me enganché el dedo con el bolsillo del pantalón y me lastimé. Me quería morir. Lloré mucho. Iban a ser mis primeros Juegos Olímpicos y no sabía si iba a tener otra chance. Por suerte, sí la tuve. Paola fue protagonista en el mejor Roland Garros de la historia para el tenis de la Argentina: el de 2004, cuando Gastón Gaudio le ganó la final a Guillermo Coria y David Nalbandian perdió las semifinales con el Gato. La pergaminense ganó el título en dobles y también alcanzó las semifinales en singles (cayó con Elena Dementieva), logro que la convirtió en top 10 del ranking individual (9°). “Fue un objetivo que me había puesto y se cumplió –celebra Paola–. Estuve varios años dentro de las 30, hasta que ¡pum!, hice esas semifinales y di el salto. Y en qué Roland Garros, madre mía… Agarrar el diario L’Equipe y leer: ‘Los argentinos ganan y ganan…’, fue increíble. Había ocho semifinalistas en total en singles y cuatro éramos argentinos. Te sentís enorme. Me alojé en un hotelito muy chiquito que quedaba a media cuadra del Arco del Triunfo. Me encanta la ciudad. Era el torneo que más me gustaba. Tiene mucha historia para mí. Fue el primer Grand Slam en el que hice final de juniors, el primero que ganamos con Vivi en dobles [en 2001], esas semifinales de 2004, los cuartos de final de 2002 que perdí con Clarisa Fernández después de ganarle a (Amélie) Mauresmo en una cancha central llenísima, con los franceses en contra…”.

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HISTÓRICO. La tapa de la Deportiva de LA NACION en el Roland Garros 2004, con cuatro semifinalistas argentinos: Coria, Nalbandian, Paola y Gaudio (campeón)

–Compartiste el circuito con Steffi Graf, Navratilova, las hermanas Williams, Sharapova y Hingis, entre otras estrellas. ¿Cómo fue jugar ante ellas?

–Quizás a Hingis, a Serena y a esas chicas de mi generación no las veo como estrellas, sino como compañeras. Pero sí a Martina (Navratilova), a Steffi, a Arantxa (Sánchez Vicario), a Conchita (Martínez)… Mis referentes eran Gaby (Sabatini) y Steffi, que me impactaba con la velocidad y la frialdad que tenía. Era una máquina. Era ‘pam, pam, pam, para acá, para allá’. Contra Gaby no jugué nunca un partido oficial. Sí nos cruzamos en torneos, cuando ella estaba por retirarse, pero nunca nos enfrentamos.

–Una vez dijiste sobre las Williams: “Entraron en el circuito con un caparazón y eran prepotentes. Luego se volvieron más respetuosas, se dieron cuenta de que hay chicas a las que se puede saludar”. ¿Eran difíciles?

–Sí…, es que llegaron al circuito con todo el preconcepto de la discriminación y entraron un poco a la defensiva, pero después se habrán dado cuenta de que éramos todas iguales, que como estaban ellas las norteamericanas negras había sudamericanas, rusas… Se fueron flexibilizando y terminaron más cercanas con el resto de las jugadoras. Al principio eran ariscas.

–En abril de 2000, siendo la 62° del mundo, lograste una de las victorias más valiosas de tu carrera: en la 2ª ronda de Amelia Island ante Serena Williams, por 6–3, 4–6, 5–2 y abandono.

–Sí. Ese partido me hubiera gustado más si ella no se retiraba, porque venía todo encaminado y me dejó con un sabor agridulce. Ellas tenían un poco ese concepto de no querer perder en la cancha y retirarse por alguna lesión.

–¿Qué te enorgullece más de todo lo que lograste?

–El tenis me dio, como quién dice, un nombre, una facilidad para poder hacer programas sociales, poder ayudar a niños carenciados, como lo hice en Vicente López y en otros lugares como Parque Sarmiento, Avellaneda, La Plata… Lo hice en varios lugares para que nadie se pusiera celoso ni me llevara a un cuadro político. En su momento me ofrecieron un cargo político importante, escuché y todo, pero dije que no, porque no me sentí capacitada para estar en ese lugar, no quería ser un monigote y no poder hacer nada.

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COLECCIONISTA. Suárez, en el BALTC, luciendo muchos de los trofeos más prestigiosos que ganó en su rica carrera

–¿Como ves a la Argentina desde España?

–Complicado. Acá tengo familia, amigos. Creo que a nivel mundial está todo bastante complicado: hay mucha pobreza y, para luchar con eso, los valores que te puede dar el deporte es fundamental. Veo que se están perdieron muchos valores: el del esfuerzo, el de tener que trabajar para lograr un objetivo. Ahora también veo que la juventud quiere todo ya. ‘Trabajo un año y quiero comprarme este coche’. Todo ya, ya. Y no se puede. Todo tiene un proceso. Y si no que lo diga la propia Paola, que lejos del éxito veloz se convirtió en la mejor tenista del mundo en dobles a los 26 años, una edad en la que muchas jugadoras –en los 90 y 2000– se retiraron (Sabatini lo hizo, precisamente, a los 26, en 1996). En su especialidad, Paola ganó el doble de Grand Slams que Guillermo Vilas en singles. Su éxito ante los obstáculos financieros, el miedo, los desaires y las presiones la encumbraron como una bandera del todo es posible.

La Nacion