No es como algunas de las otras estrellas de la NBA que exageran festejos, señalan a los hinchas, se ríen y se burlan de rivales, se exceden en protesta a los árbitros y hasta actúan para las cámaras. Shai Gilgeous-Alexander es otra cosa, un verdadero asesino silencioso que, por esencia, prefiere dejar el show para otros. Juega con una serenidad envidiosa, aunque nunca dejando de ser agresivo. Va y va. No se detiene. Y rara vez lo detienen. No habla con nadie, ni árbitros ni rivales. Siempre tiene la misma cara, el mismo gesto y en esta inexpresividad cada día se parece más a Kawhi Leonard. Una estrella nueva, pero de la vieja escuela, sin estridencias. Hace y se va, sólo le interesa hablar con su juego. En la cancha. Ahí te mata. En la corta, en la media y en la larga distancia, porque muestra decenas de recursos para desequilibrar y anotar. Y, a su manera, es un líder. Y un jugador clutch, determinante en los finales de juego. Justamente el combo que Canadá necesitaba hace años para dejar de ser el eterno perdedor, la amenaza que nunca se concretaba, y que le permitió por primera vez subirse al podio del último Mundial. Y, además, la que necesitaba Oklahoma City para volver a ser luego de años de reconstrucción. Pasen y descubran a la nueva estrella del básquet mundial, el segundo mejor jugador de esta Copa del Mundo que lo tuvo en el quinteto ideal de la FIBA.
Su madre, Charmaine Gilgeous, fue una atleta y de ahí Shai sacó parte de los genes. Ella incluso llegó a representar a Antigua y Barbuda en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, donde corrió los 400 metros llanos. Su padre, Vaughn Alexander, era un fanático del básquet que siempre ejerció como tutor de Shai en una cancha. De niño, siempre fue pequeño, flaco, no alto y sin características, como la velocidad o la técnica, que lo diferenciaran demasiado del resto. Tenía 11 años cuando la familia se mudó de Toronto a Hamilton, una ciudad de puerto marítimo al suroeste de la gran ciudad.
A los 12 arrancó en la escuela secundaria St. Thomas More Catholic, pero nada fue fácil y en el primer año fue desafectado del primer equipo y terminó jugando con los peores de su edad. Eso no lo conmovió ni deprimió. “No era tan bueno, debía mejorar como jugador. En mi infancia siempre fue así. No era alto ni muy fuerte, más tirando a flaquito. Y siempre supe que debía encontrar otra manera de destacarse. No tenía la velocidad y la altura para pasar a todos y dejar una bandeja. Debía intentar algo distinto. Seguramente de ahí vienen esos movimientos un poco extraños que tengo”, recordó hace poco entre risas.
El pequeño Shai, que apenas medía 1m65, siguió jugando, entrenando hasta que fue pasado al primer equipo. Allí comenzó un desarrollo cada día más importante y terminó siendo el MVP y campeón de la ciudad. Fue por eso que la familia decidió trasladarlo a otro colegio, el Sir Allan MacNab, donde tendría más chances de seguir progresando en el deporte que había elegido, pero rápidamente hizo otro cambio, ahora incluso de país, buscando lo mejor para su futuro y terminó en la Academia Cristiana Hamilton Heights ubicada en Chattanooga, Tennessee. “Fue porque sentí que necesitaba estar en una mejor competición”, admitió. Allí jugó su año junior y senior, los últimos dos, hasta graduarse en 2017. En la última temporada promedió 18.4 puntos, 4.4 rebotes y 4 asistencias, empezando a generar mucha atención a nivel nacional.
Un año antes, en 2016, cuando ya era una joya, estuvo en el campus Sin Fronteras de la NBA y jugó para el combinado internacional, anotando 11 puntos. Ya estaba en el radar de muchos, aunque no era uno de los principales prospectos. Tuvo ofertas de facultades, aunque no tantas como otros. Y, al final, se terminó inclinando por Kentucky, básicamente porque John Calipari tenía la fama de terminar de formar muy buenos guardias, como John Wall, Brandon Knight, Eric Bledsoe, Devin Booker, De’Aaron Fox y Tyler Herro, todos muy buenos jugadores NBA.
No todo inició tan bien como se podía esperar, porque comenzó la temporada como suplente pero rápidamente Calipari se dio cuenta que tenía a alguien distinto entre manos y le empezó a soltar las riendas. Sí, como a un caballo salvaje que empieza a ser domado… Aquella primera y única temporada universitaria de Shai fue muy buena, promediando 14.4 puntos, 5.1 asistencias y 4.1 rebotes, logrando ser incluido en el segundo mejor quinteto de la conferencia y en el mejor de novatos. Los Wildcats no pasaron de las semifinales regionales (Sweet 16), pero Shai ya tenía tomada la decisión de que intentaría en la NBA.
Hubo dudas. Claro que se lo notaba como un guardia versátil, muy bueno en jugadas de pick and roll, condiciones defensivas e inteligencia pasadora, pero se duda todavía de su tiro en suspensión y, especialmente, de su cuerpo, tal vez no tan portentoso (80 kilos) para soportar contactos en la mejor liga del mundo. De cualquier forma su pick N° 11 del Draft fue lo que se esperaba. Lo eligieron los Hornets, pero rápidamente fue enviado a unos Clippers poderosos que estaban buscando el salto definitivo hacia el campeonato.
En el primer -y único- año en Los Ángeles, Shai colmó las expectativas, promediando 10.8 puntos, 3.3 asistencias y 2.8 rebotes, jugando mucho como titular (72 de 81 partidos). Pero, cuando los Clippers vieron la chance de sumar a Paul George, no lo pensaron dos veces. Les costó ceder a Shai, pero no les quedó otra porque sin esta joya no había canje y, si no se concretaba, Kawhi Leonard no renovaría. Es decir, era Shai contra los otros dos. Cuatro años después, los angelinos no han podido lograr lo que esperaban con las dos estrellas y este chico se ha convertido en la nueva figura del básquet mundial.
OKC, en cambio, empezó a recuperar rápidamente su inversión. En su primera temporada el equipo sorprendió a todos, logrando el quinto lugar en el durísimo Oeste y llevando a Houston a un Juego 7 en la primera ronda. SGA empezó a explotar, llegando a los 19 puntos, 5.9 recobres, 3.3 pases gol y 1.1 robo, mientras compartía un gran quinteto con Chris Paul, Schröder, Gallinari y Adams.
Con uno de los mejores directores de juego de la historia a su lado en la figura de Paul, Shai creció en ejecución, llegando al 40% en tiros de recibir y lanzar, al 44% en lanzamientos tras pique y casi 52% en acciones de penetración. Se mostró como un jugador que tomaba buenas decisiones, perdiendo pocas pelotas y muy confiable en situaciones de aclarado, 1 vs 1.
Todo tuvo que ver con la ética de trabajo que rescataron sus compañeros y entrenadores. Luego de cada verano, Shai se presentaba mejor al comienzo de la pretemporada. El pibe, lejos de irse al Caribe o a centros de entrenamientos de grandes ciudades, volvía a Hamilton, su ciudad en Canadá, a estar con amigos y entrenadores, donde hacía siempre rutinas diarias. Y algo que ha dejado sorprendido a su entrenador en OKC, Mark Daigneault: “Podría tener lo que quisiera. Si hubiera que ponerle preparadores que se fueran con él a Hawái, se los pondríamos. Pero prefiere quedarse en Hamilton y entrenar con sus amigos”, admitió.
Su enorme potencial y destacados intangibles hicieron que Oklahoma trazara un plan tan ambicioso como criticado, canjeando a todos sus grandes jugadores -Chris Paul, Dennis Schröder, Danilo Gallinari- para acumular elecciones de draft -llegaron a tener ¡33!- y reconstruir un nuevo equipo, siempre alrededor de Shai. El tiempo le dio la razón a Sam Presti, el directivo que hizo este plan que, a corto plazo, sumó poco más que derrotas, pero a futuro promete mucho más. Sobre todo si miramos el rendimiento de Shai, quien fue parte del mejor quinteto y llegó al All Star tras promediar 31.4 puntos, 55% de campo y 5.5 asistencias.
Siempre siendo él, jugando a su ritmo. Tiene cosas de potrero y otras de laboratorio. Tiene cosas del básquet moderno y del antiguo. Juega como una estrella pero se comparta como un obrero. Fue la luz más brillante de una Canadá que amagó con llevarse todo en este Mundial y se quedó a las puertas. No es poco para un país que se ha convertido en potencia por la gran cantidad de jugadores que aporta, sobre todo a la NBA, pero como selección no había podido dar un paso más. No estaba claro que sería en esta edición de la Copa del Mundo, por las bajas de Jamal Murray y Andrew Wiggins, las otras dos estrellas NBA, pero apareció SGA en toda su dimensión para hacerlo posible. Terminó como cuarto goleador del torneo con 24.5 puntos, décimo en asistencias con 6.4, además de 6.4 rebotes y 55% en dobles.
Una nueva estrella mundial ha emergido. A seguirlo de cerca. Tiene 25 años y promete ir por todo.
Fuente: Infobae